2013-08-16,10:59
En más de una ocasión me he encontrado con la expresión de que la creación artística es como tomar un dictado, uno desaparece y se convierte en el vehículo a través del cual fluye la creatividad. En Amadeus, la película sobre Mozart, hay una escena que refleja ese momento, cuando el genio compone encima de una mesa de pool.
Les copio una cita de Free Play al respecto, libro que versa sobre el acto creativo.
Les copio una cita de Free Play al respecto, libro que versa sobre el acto creativo.
Spoiler:
Para que aparezca el arte, nosotros debemos desaparecer.
(…)
Cuando “desaparecemos” (…), todo a nuestro alrededor se convierte en una sorpresa, nueva e intacta. El sí mismo y el entorno se unen. Vemos las cosas tal como somos nosotros y como son ellas, y sin embargo podemos guiarlas y dirigirlas para que se conviertan exactamente en lo que queremos. Este estado mental activo y vigoroso es el más favorable para la germinación de la obra original de cualquier tipo. Sus raíces están en el juego del niño, y su máxima floración en la creatividad artística totalmente desarrollada.
Todos hemos observado la intensa concentración de los niños en el juego (…). Los adultos involucrados en un trabajo que aman también pueden experimentar estos momentos. Es posible convertirse en lo que uno está haciendo; estos momentos llegan cuando ¡Paf!, allá vamos, y no hay más que el trabajo. La intensidad de la concentración y la vinculación en el tema se mantiene y se aumenta, las necesidades físicas disminuyen, la visión se estrecha, el sentido del tiempo se detiene. Uno se siente alerta y vivo; los esfuerzos no requieren esfuerzo. Uno se pierde en su propia voz, en el manejo de sus herramientas, en su sentido de las reglas. Absorbido en la pura fascinación del juego, de las texturas y resistencias y matices y limitaciones de ese medio particular, se olvida del tiempo y del lugar en que está. El sustantivo del sí mismo se convierte en verbo. Esta chispa de creación en el momento presente es el lugar donde se fusionan el trabajo y el juego.
Los budistas llaman samadhi a este estado de absoluta y absorta contemplación en que uno se siente separado de sí mismo.
(…)
Los sufís llaman a este estado fanà, aniquilación del sí mismo individual. En fanà, las características del pequeño sí mismo se disuelven para que el gran Sí Mismo puede mostrarse.
(…)
Los sufís también hablan de una experiencia relacionada, samä, que significa bailar hasta llegar al éxtasis. En este estado el cuerpo y la mente están ocupados en la actividad, las ondas cerebrales tan totalmente empujadas por los precisos y poderosos ritmos, que el sí mismo habitual queda atrás y surge una forma de conciencia más agudizada.
(…)
Las culturas del mundo están llenas de medios muy específicos y técnicos para llegar a este estado de vacío. (…) (E)stas tradiciones y las prácticas que prescriben nos sacan del tiempo común. Lentificando la actividad mente/cuerpo casi hasta la nada, como en la mediación, o lanzándonos a una actividad agotadora como la danza o la ejecución de una partitura de Bach, los límites comunes de nuestra identidad desaparecen, y cesa el tiempo común del reloj.
(…)
Una de las grandes maneras de vaciar el self, junto con la meditación, la danza, el amor y el juego, es afinar un instrumento musical. (…) (A) medida que el sonido se acerca más y más a la vibración pura que buscamos, y el tono se mueve hacia arriba y hacia abajo en una extensión cada vez más pequeña, descubrimos que el cuerpo y la mente se diluyen progresivamente. Entramos cada vez con más profundidad en el sonido. (…) Esta forma de escuchar intensificada es juego profundo… inmersión total en la actividad. (…) Lo que descubrimos, misteriosamente, es que al afinar el instrumento afinamos el espíritu.
(…)
Cuando “desaparecemos” (…), todo a nuestro alrededor se convierte en una sorpresa, nueva e intacta. El sí mismo y el entorno se unen. Vemos las cosas tal como somos nosotros y como son ellas, y sin embargo podemos guiarlas y dirigirlas para que se conviertan exactamente en lo que queremos. Este estado mental activo y vigoroso es el más favorable para la germinación de la obra original de cualquier tipo. Sus raíces están en el juego del niño, y su máxima floración en la creatividad artística totalmente desarrollada.
Todos hemos observado la intensa concentración de los niños en el juego (…). Los adultos involucrados en un trabajo que aman también pueden experimentar estos momentos. Es posible convertirse en lo que uno está haciendo; estos momentos llegan cuando ¡Paf!, allá vamos, y no hay más que el trabajo. La intensidad de la concentración y la vinculación en el tema se mantiene y se aumenta, las necesidades físicas disminuyen, la visión se estrecha, el sentido del tiempo se detiene. Uno se siente alerta y vivo; los esfuerzos no requieren esfuerzo. Uno se pierde en su propia voz, en el manejo de sus herramientas, en su sentido de las reglas. Absorbido en la pura fascinación del juego, de las texturas y resistencias y matices y limitaciones de ese medio particular, se olvida del tiempo y del lugar en que está. El sustantivo del sí mismo se convierte en verbo. Esta chispa de creación en el momento presente es el lugar donde se fusionan el trabajo y el juego.
Los budistas llaman samadhi a este estado de absoluta y absorta contemplación en que uno se siente separado de sí mismo.
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Los sufís llaman a este estado fanà, aniquilación del sí mismo individual. En fanà, las características del pequeño sí mismo se disuelven para que el gran Sí Mismo puede mostrarse.
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Los sufís también hablan de una experiencia relacionada, samä, que significa bailar hasta llegar al éxtasis. En este estado el cuerpo y la mente están ocupados en la actividad, las ondas cerebrales tan totalmente empujadas por los precisos y poderosos ritmos, que el sí mismo habitual queda atrás y surge una forma de conciencia más agudizada.
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Las culturas del mundo están llenas de medios muy específicos y técnicos para llegar a este estado de vacío. (…) (E)stas tradiciones y las prácticas que prescriben nos sacan del tiempo común. Lentificando la actividad mente/cuerpo casi hasta la nada, como en la mediación, o lanzándonos a una actividad agotadora como la danza o la ejecución de una partitura de Bach, los límites comunes de nuestra identidad desaparecen, y cesa el tiempo común del reloj.
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Una de las grandes maneras de vaciar el self, junto con la meditación, la danza, el amor y el juego, es afinar un instrumento musical. (…) (A) medida que el sonido se acerca más y más a la vibración pura que buscamos, y el tono se mueve hacia arriba y hacia abajo en una extensión cada vez más pequeña, descubrimos que el cuerpo y la mente se diluyen progresivamente. Entramos cada vez con más profundidad en el sonido. (…) Esta forma de escuchar intensificada es juego profundo… inmersión total en la actividad. (…) Lo que descubrimos, misteriosamente, es que al afinar el instrumento afinamos el espíritu.